¿Qué es la corrupción? y las dos maneras de enfrentarla
No resulta difícil reconocer la corrupción y sus efectos. Sin embargo, la intuición tiende a no acertar sobre los objetivos de quienes se involucran en ella y a errar en cuanto a los medios empleados para cometer tales actos. Para librar una lucha efectiva, conviene conocer más sobre este mal.
La corrupción y sus efectos
Definimos la corrupción como ‘el uso de la función pública motivado por intereses privados en oposición al interés general’.
Las consecuencias de la corrupción pueden ser directas, como los atropellos a los derechos, o indirectas, como la falta de desarrollo a causa de la ineficiencia gubernamental producto de una burocracia regida por el clientelismo.
En ambos casos, esta degrada todos los aspectos de la vida: la libertad, la salud, la educación, las oportunidades económicas, incluso la seguridad, la tranquilidad y la felicidad. Todo esto agrava las crisis, las divisiones, la desigualdad y la pobreza. Por si no fuera poco, la corrupción, e incluso la apariencia de corrupción, corroen la confianza pública y socavan el apoyo a las instituciones democráticas.
Para combatir la enfermedad, conviene conocerla. Librar una lucha exitosa contra la corrupción exige conocer el desafío y, luego, considerar los medios que la promueven y la habilitan.
El desafío
Todo acto de corrupción implica un conflicto de intereses (es decir, cuando la misma persona, por ejemplo, un funcionario, tiene un interés personal contrario al interés general). Una solución supone transformar a las personas en ángeles, para que ignoren su propio bienestar y pongan los intereses de otros sobre el propio.
El desafío se encuentra en que la principal motivación del ser humano es el amor propio, y su guía, el interés personal. He aquí su naturaleza: no se puede hacer de los hombres ángeles.
Otra solución conlleva emplear herramientas que, a través del orden de las cosas, eliminen los conflictos de intereses (es decir, que alineen el interés personal con el interés general). De esta manera, una persona guiada por su interés personal defenderá el interés general —incluso sin saber que lo hace—. Por consiguiente, la lucha contra la corrupción exige la eliminación de los conflictos de intereses.
Objetivos, prácticas y medios
Es importante diferenciar entre los siguientes tres elementos para entender mejor la corrupción: los objetivos de quienes recurren a ella, las prácticas o actos de corrupción y los medios que permiten ejercer dichas prácticas.
El objetivo de aquellos que se involucran en la corrupción no siempre radica en obtener beneficios económicos, también puede estar en acumular poder, disfrutar de privilegios e inmunidad o, incluso, proteger los derechos propios.
Las prácticas para alcanzar dichos objetivos toman múltiples formas, desde un servidor público que exige sobornos para finalizar un trámite hasta agentes políticos que reparten los cargos públicos sobre la base del clientelismo.
Los medios para cometer y ocultar la corrupción se pueden clasificar en dos categorías: la opacidad, que facilita la corrupción desestructurada, y la dependencia, que origina la corrupción estructurada. Lo interesante es que las mismas prácticas corruptas pueden usar medios operantes diferentes y, en consecuencia, la forma de combatirlas de manera efectiva será distinta. La falta de diferenciación entre las dos categorías de medios constituye una receta segura para el fracaso de las iniciativas contra la corrupción.
Corrupción desestructurada (opacidad)
La corrupción desestructurada consiste en agentes gubernamentales que deciden participar en actos de corrupción libremente, sin que nadie ejerza coerción sobre ellos. Sus confabulaciones, cuando las hay, tienden a involucrar a pocos agentes gubernamentales, ya que el peligro de que los descubran crece exponencialmente a la par que el número envuelto. Cuando estos actos salen a la luz, rara vez gozan de protección.
Corrupción estructurada (dependencia)
La corrupción estructurada consiste en estructuras gubernamentales que convierten a los agentes gubernamentales encargados de ejercer frenos y contrapesos en seres dependientes de aquellos a quienes deberían frenar o contrapesar. Este es el caso de jueces, fiscales y contralores cuya carrera y recursos están en manos del mandatario político. Así, estos se verán obligados a defender los intereses del gobernante y otros miembros de su red clientelista a fin de proteger su propio bienestar. Las redes de coerción e influencia creadas les otorgan privilegios e inmunidad a sus miembros y colaboradores (y dificultades a quienes las desafían u obstaculizan).
Los miembros de las redes clientelistas no son realmente libres. Algunas de sus prácticas ilícitas pueden estar descentralizadas, pero el flujo de los frutos, de la protección y de los castigos no lo está. Los trámites burocráticos excesivos, la ineficiencia gubernamental y la opacidad institucional son herramientas empleadas por estas redes clientelistas para crear mayor dependencia en ellos y multiplicar las oportunidades de extorsión.
Solución
La corrupción estructurada y la desestructurada encuentran cabida tanto en las altas como en las bajas esferas. Debido a que la corrupción puede originarse por medios distintos, resulta importante conocer a cuál se hace frente, ya que las soluciones serán diferentes.
Casi todos los países de América Latina padecen de corrupción estructurada, producto de estructuras gubernamentales que concentran el poder de nombramiento, disciplinario y presupuestario en pocas manos, creando excesivos conflictos de intereses. A menudo, las víctimas de atropellos (desde ineficiencia burocrática hasta extorsión) cometidos por miembros de la red clientelista no tienen un ente estructuralmente independiente de estos al que recurrir. Igual en las altas que en las bajas esferas, y sea grande o pequeña la corrupción, la impunidad impera y, con frecuencia, los denunciantes son los que terminan bajo investigación.
Una de las principales herramientas contra la corrupción desestructurada es la transparencia. Sin embargo, esta se muestra insuficiente cuando se aplica contra la corrupción estructurada. Los miembros de la red clientelista cuentan con fuertes incentivos para no arrojar luz sobre las acciones de sus partidarios y, de descubrirse algo, todos están obligados a salvaguardarse.
La solución a la corrupción estructurada (tanto en las altas como en las bajas esferas) implica la implementación de estructuras gubernamentales (p. ej., quién nombra a quién, o quién controla los recursos de quién) que eliminan las dependencias dañinas y deshacen otros conflictos de intereses, de forma que se crean funcionarios estructuralmente independientes, con incentivos para ejercer frenos y contrapesos. El estudio y la difusión de dichas herramientas de organización constituye el propósito de la Fundación para el Avance de la Estructura Gubernamental, y estas se analizan detalladamente en la obra Estructuras para crear justicia: vanguardia del diseño constitucional.
Los involucrados
La corrupción puede involucrar a cualquier persona: políticos, funcionarios, servidores públicos, emprendedores, profesionales o el ciudadano común. Lo impactante es que no se limita a personas inmorales («corruptas») que deciden libremente implicarse en actividades delictivas a oscuras (corrupción desestructurada), sino que también envuelve a personas dependientes que se ven expuestas a la coerción (corrupción estructurada); de no participar, el cargo, el emprendimiento o, de otra manera, el bienestar personal o familiar se ven afectados. En este sentido, las estructuras gubernamentales vigentes en América Latina producen todo tipo de conflictos de intereses graves. Esto es dañino.
Bajo esta realidad, resulta insuficiente amonestar a aquellos expuestos a los conflictos de intereses creados; la solución implica apoyarlos, en concreto, eliminando estos escollos. Se debe tener especial cuidado de no ayudar a encubrir estas piedras de tropiezo al darle un énfasis indebido a la idea de que el cultivo de valores y el fortalecimiento de las capacidades técnicas bastan para deshacer la corrupción. Toda persona tiene debilidades, y se necesita trabajar con esta realidad, por lo que la solución exige eliminar o neutralizar los conflictos de intereses.
La visibilidad y el descontento
Una gran porción de las prácticas corruptas se ve fácilmente. Resulta más tedioso que difícil enumerarlas: una burocracia compuesta casi en su totalidad por agentes que ganan sus puestos por conexiones clientelistas, no por mérito ni habilidad, trayendo consigo un pésimo servicio gubernamental; los interminables trámites, trabas y sobornos requeridos incluso para las diligencias más cotidianas; los elefantes blancos, proyectos inacabados, sobrecostos extremos y contratistas allegados; la impunidad generalizada —en todo nivel— para los miembros de las redes clientelistas, donde las víctimas acusadoras tienden a ser las penalizadas, y un largo etcétera. La visibilidad y el conocimiento del problema se palpan.
Estudios como Latinobarómetro señalan que, década tras década, sobra el descontento con la corrupción y sus consecuencias. El problema no yace en su desconocimiento ni en la indiferencia. Sin embargo, tratar de combatir la corrupción solamente con valores, capacidad técnica y transparencia no suprime ninguna de las piedras de tropiezo creadas por las estructuras gubernamentales vigentes.
Costos de la corrupción
Costos políticos
Tu habilidad de proteger tu libertad, de conseguir justicia, de gozar de previsibilidad.
Costos sociales
Tu habilidad de influir en las decisiones públicas, incluso de confiar en otros.
Costos ambientales
Tu oportunidad de vivir en un ambiente agradable, ordenado y saludable.
Costos económicos
Tu oportunidad de conseguir estabilidad económica y crecer profesionalmente.
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Estructuras para crear justicia
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